Despertó sobre un colchón de paja. Su endeble mirada recorrió el lugar, era un granero. Respiraba con dificultad, sentía un rulemán atorado en la garganta. La fiebre había bajado, pero un dolor dantesco en su nuca mantenía el interior de su cabeza convulsionado, como una olla tapada llena de agua en ebullición. La puerta se abrió, una mujer entró con un trozo de pan en la mano.
- El almuerzo.
- ¿Dónde estoy?
- Lo escondo de la policía, me dio lástima.
- Recuerdo estar a punto de ser ejecutado sobre el Puente del Búho. Caí al agua, nadé hostigado por los fusiles de los cerdos del ejército de la Unión, eludí los cañonazos, me interné en el bosque…
La mujer interrumpió el relato.
- Señor, la guerra de secesión terminó hace cuarenta años.
El viejo Peyton desconcertado permaneció en silencio.
- ¿Recuerda haber corrido hacia mí con los ojos desorbitados y tratar de abrazarme?
No hubo respuesta.
- Jacob, el mecánico, trataba de protegerme, lo golpeó con una llave inglesa y usted se desmayó. Él lo venía siguiendo, dijo haberlo visto rato antes en su taller, “buscando explosivos para volar un puesto de vigilancia”, y comiéndose un rulemán.
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