ARGUMENTO DE UN CORTO QUE NUNCA EXISTIÓ.
Una lechuga
sobre la mesada, resiste inmóvil la atenta mirada de un Lorenzo (30) que luce
algo nervioso.
El hombre
camina de un lado a otro de la cocina sin perder de vista la lechuga crespa.
Le dice
que es hermosa, la lechuga más linda que vio en su vida. Le habla de otras
lechugas que conoció otrora: romanas, repolladas, silvestres de hojas
verticales orientadas hacia el norte y al sur, lechugas venenosas de uso
medicinal, algas clorofíceas (mal llamadas lechugas de mar) que supo conocer recorriendo
mares europeos, y muchas, muchísimas lechugas crespas, pero ninguna como ella.
Era la
primera vez que Lorenzo sentía algo así por una lechuga, pero ahora, con el
tomate ya cortado, la situación era casi impostergable, Patricia (30), su
señora, llegaría en cualquier momento con el pescado frito y él prometió
esperarla con una ensalada mixta ya condimentada.
Abre la
canilla de la pileta y acerca la lechuga al chorro de agua, pregunta si así
está bien o si se siente muy fría, al no recibir respuesta abre un poco más la
caliente, luego la cierra un poquito, abre más la fría, deja la lechuga sobre
la mesada y pone su brazo bajo el chorro de agua. Con la canilla aún abierta
mira fijo a su lechuga, le parece un cruel destino para una lechuga tan hermosa
el terminar compartiendo estómago con tres tomates mediocres y postas de pescado.
Hermosa,
hermosa, repite a la lechuga una y otra vez.
La abraza
contra su pecho. La toma en sus manos, la frota despacio sobre su rostro,
suspira tras la suave caricia del dorso de las hojas contra su cara sin
afeitar. La besa con ternura, escala lento con sus húmedos labios por los
tallos y se aventura de a poco a la parte interna haciendo uso de su lengua
para separar las hojas. Traga algo de tierra pero no le importa, escupe y sigue
lamiendo sin asco. Exitado, apoya la
lechuga en la mesa. Se quita la remera. Ahora frota el vegetal contra su
cuello, pecho, espalda y estómago. Enlentece el ritmo llegando al vientre.
Apoya
nuevamente la lechuga sobre la mesa, le da un pico en el centro, camina un par
de pasos hacia atrás, se descalza y comienza a bajarse el cierre de la bragueta.
Suena el timbre.
Nervioso,
trata de vestirse lo más rápido posible mientras el timbre no cesa de sonar, se
pone la remera, suena el timbre, se calza, el timbre sigue sonando, mete la
lechuga en la heladera y corre a abrirle a Patricia. Para su sorpresa, no es
ella quien espera al otro lado de la puerta, sino una chica (22) que viene a
venderle perfumes. Tiene el One Million de Paco Rabbanne, el Kourus de Yvis
Laurent, el Pibes, y muchos más, todos imitación pero a mitad de precio, según
ella huelen igual.
Lorenzo
cierra la puerta bruscamente, corre a reencontrarse con la lechuga, el timbre
vuelve a sonar.
Va hacia
la puerta furioso, pero al abrirla, en lugar de encontrarse con la vendedora de
perfumes, choca de frente con Patricia. La mujer echó la chica y ahora está
allí, con las postas de pescado envueltas en papel esperando para entrar. Lorenzo se queda quieto bloqueando la
entrada. Patricia lo nota extraño, le pregunta qué le pasa, él finge estar
jugando, ella comienza a enojarse pero Lorenzo no abandona su rol, bloqueandole
el paso. Finalmente Patricia consigue escurrirse
entrando a la casa, lo que obliga a Lorenzo a correr a la cocina, tomar la
lechuga en brazos y, para mantenerla a salvo, huir a ocultarla en los placares
del baño antes de que su señora la vea.
Patricia
pregunta el por qué de que la ensalada mixta no sea mixta sino solo de tomate,
Lorenzo responde que es porque la lechuga estaba fea y tuvo que tirarla. Dicho
esto corre rápidamente al baño, tranca la puerta, abre los armarios y pide
perdón a su lechuga por si acaso llegó a escuchar sus palabras.
Al salir
del baño Patricia pregunta qué hizo con la lechuga, no la encontró ni en la
basura ni en la heladera, y su comportamiento le genera sospechas de que algo
raro está pasando.
Lorenzo
no hace más que ofrecerle decenas de vagas mentiras, hasta que se ve acorralado
por el inquisidor interrogatorio, terminando por estallar y confesar lo que le
sucede: se siente irracionalmente atraído de sobremanera por aquella lechuga.
“¿Qué
hiciste con ella?” pregunta Patricia, Lorenzo va a buscarla al baño y la apoya
sobre la mesa.
Su esposa
le explica que enamorarse de un objeto inanimado, sea un vegetal o lo que
fuese, es un tipo de parafilia, lo cual implica un trastorno psicológico, que
al tratarse, según afirma el propio Lorenzo, de la primera y única vez que le ha sucedido en su vida algo similar,
no puede hablarse en este caso de una patología sino más bien de un ataque
aislado del cual no deberían preocuparse demasiado.
Patricia
tranquiliza a Lorenzo y lo convence de encerrarse en el baño mientras ella termina
de preparar la ensalada para evitar un posible shock emocional. La semana
entrante lo acompañará a su psicólogo y todo volverá a la normalidad.
Lorenzo
accede resignado, decidiendo seguir el consejo de tomar una ducha para despejar
un poco la mente.
Al salir
del baño, el pánico se apodera de Lorenzo, al no encontrar ni en la cocina, ni
en la sala, ni en ninguna otra parte de la casa, rastro alguno de la traidora Patricia
ni de su querida lechuga, quienes a esa altura ya se encuentran juntas, con un
algodón de azúcar cada una, mirando la rambla desde lo más alto de la rueda
gigante del Parque Rodó.