1962, un avión espía U-2
estadounidense, descubre y fotografía en Cuba una instalación de misiles
nucleares soviéticos. Este acontecimiento desata el punto de mayor tensión
durante la Guerra Fría: la crisis de los misiles cubanos.
Cuatro años antes, en 1958, el
escritor británico Graham Greene, publicaba su libro Our man in havana. En él, James
Wormold, un inmigrante inglés que ha vivido gran parte de su vida en Cuba, donde
maneja un pequeño local de venta de aspiradoras, es reclutado por el MI6 (la
inteligencia militar británica), para oficiar como informante en la isla.
Wormold es un hombre común, no
sabe ni le interesa saber nada de espionaje. Decide cooperar únicamente con el afán de conseguir dinero extra para
cumplir los caprichos de su hija. Demasiado ocupado con su negocio, comienza a mandar
informes falsos a Inglaterra para justificar el dinero que le pagan. En uno de
esos informes, Wormold envía los planos de una supuesta instalación de misiles nucleares
en la zona oriente de Cuba, la cual observara desde su avioneta uno de sus
informantes. Aquellos croquis corresponden en verdad al plano interior de una
de las aspiradoras que vende en su tienda.
Wormold nunca pensó que aquella
mentira llegaría a tomar las dimensiones que tomaría, como tampoco imaginó que
los subagentes que había inventado (el piloto alcohólico Raúl, el ingeniero
Cifuentes, la bailarina erótica Teresa y el profesor Sánchez) fueran personas
reales cuyas vidas terminarían corriendo peligro.
Es curioso, en la vida real, a
Green le sucedería algo similar. Como si
la mente fuera capaz de crear realidades tangibles y materiales fuera de su
órbita virtual, aparecieron verdaderos misiles nucleares en el oriente de Cuba
cuatro años después de la publicación de Our
Man in Havana.
En el 2010, el profesor e
historiador norirlandés Keith Jeffery publicó su libro MI6: The History of The Secret Intelligence Service 1909-1949, una
publicación autorizada de unas ochocientas páginas, donde el autor narra la
historia de los servicios secretos británicos a partir de archivos
descalificados. Allí, entre historias como las del agente “Biffy” Dunderdale
(considerado por muchos fuente de inspiración de Ian Fleming para la creación
de James Bond en 1952, como protagonista en Casino
Royale, primera novela de la saga), Jeffery revela que Graham Green fue uno
de los varios escritores reclutados por el MI6. Durante la Segunda Guerra Mundial, Green
habría sido enviado a Sierra Leona donde se desempeñaría como informante de la
inteligencia militar británica, al igual que James Wormold, bastante a
regañadientes y contra su voluntad.
A diez años de comenzada la
Guerra Fría, el pasado de Green en el MI6 y sus viajes por Centroamérica, dieron
forma a Our Man in Havana.
La creación de los personajes es
maravillosa. El dr. Hasselbacher, gran amigo del protagonista, compara e éste,
al principio del libro, con un mendigo cojo que ven pasar por la calle. Así, en
tan sólo una página y a través de una comparación, Green describe a James Wormold
dándole al lector una clara referencia figurativa de su personalidad.
A su vez, el contexto de la isla
en la Cuba de Batista está muy bien plasmado: una dictadura capitalista
subdesarrollada, un país oligárquico, una fuerza policial corrupta y temida por
su barbarie, una gigantesca brecha entre clases, realidades paralelas entre la
vida en La Habana y la vida en oriente.
Si bien fue un corto período
miembro del Partido Comunista de Gran Bretaña en 1922, Green al igual que
Wormold, no toma partido por ninguno de los dos bandos. Our Man in Havana, satiriza la Guerra Fría, la especulación
constante, las mentiras y acciones ridículas que subyacen una guerra librada en
oficinas oscuras, habitaciones de hoteles y baños de bares lúgubres. Critica el patriotismo, calificándolo de
inerte, elevando el amor a un ser
querido como causa primera. Aún siendo católico, ironiza constantemente sobre
lo absurdo de ciertos dogmas, como la sacralidad del matrimonio único y eterno.
Por estos motivos, si bien el propio Green calificó este libro como una obra de
mero “entretenimiento”, no deja de recordarnos (por ejemplo y salvando las
distancias) a la supuesta inocencia que habrán tenido en su tiempo las obras
satíricas de Jonathan Swift.
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