domingo, 26 de mayo de 2013

LA LECHUGA


ARGUMENTO DE UN CORTO QUE NUNCA EXISTIÓ.

Una lechuga sobre la mesada, resiste inmóvil la atenta mirada de un Lorenzo (30) que luce algo nervioso.
El hombre camina de un lado a otro de la cocina sin perder de vista la lechuga crespa.

Le dice que es hermosa, la lechuga más linda que vio en su vida. Le habla de otras lechugas que conoció otrora: romanas, repolladas, silvestres de hojas verticales orientadas hacia el norte y al sur, lechugas venenosas de uso medicinal, algas clorofíceas (mal llamadas lechugas de mar) que supo conocer recorriendo mares europeos, y muchas, muchísimas lechugas crespas, pero ninguna como ella.

Era la primera vez que Lorenzo sentía algo así por una lechuga, pero ahora, con el tomate ya cortado, la situación era casi impostergable, Patricia (30), su señora, llegaría en cualquier momento con el pescado frito y él prometió esperarla con una ensalada mixta ya condimentada.

Abre la canilla de la pileta y acerca la lechuga al chorro de agua, pregunta si así está bien o si se siente muy fría, al no recibir respuesta abre un poco más la caliente, luego la cierra un poquito, abre más la fría, deja la lechuga sobre la mesada y pone su brazo bajo el chorro de agua. Con la canilla aún abierta mira fijo a su lechuga, le parece un cruel destino para una lechuga tan hermosa el terminar compartiendo estómago con tres tomates mediocres y postas de pescado.

Hermosa, hermosa, repite a la lechuga una y otra vez.

La abraza contra su pecho. La toma en sus manos, la frota despacio sobre su rostro, suspira tras la suave caricia del dorso de las hojas contra su cara sin afeitar. La besa con ternura, escala lento con sus húmedos labios por los tallos y se aventura de a poco a la parte interna haciendo uso de su lengua para separar las hojas. Traga algo de tierra pero no le importa, escupe y sigue lamiendo sin asco.  Exitado, apoya la lechuga en la mesa. Se quita la remera. Ahora frota el vegetal contra su cuello, pecho, espalda y estómago. Enlentece el ritmo llegando al vientre.

Apoya nuevamente la lechuga sobre la mesa, le da un pico en el centro, camina un par de pasos hacia atrás, se descalza y comienza a bajarse el cierre de la bragueta. Suena el timbre.

Nervioso, trata de vestirse lo más rápido posible mientras el timbre no cesa de sonar, se pone la remera, suena el timbre, se calza, el timbre sigue sonando, mete la lechuga en la heladera y corre a abrirle a Patricia. Para su sorpresa, no es ella quien espera al otro lado de la puerta, sino una chica (22) que viene a venderle perfumes. Tiene el One Million de Paco Rabbanne, el Kourus de Yvis Laurent, el Pibes, y muchos más, todos imitación pero a mitad de precio, según ella huelen igual.

Lorenzo cierra la puerta bruscamente, corre a reencontrarse con la lechuga, el timbre vuelve a sonar.

Va hacia la puerta furioso, pero al abrirla, en lugar de encontrarse con la vendedora de perfumes, choca de frente con Patricia. La mujer echó la chica y ahora está allí, con las postas de pescado envueltas en papel esperando para entrar.  Lorenzo se queda quieto bloqueando la entrada. Patricia lo nota extraño, le pregunta qué le pasa, él finge estar jugando, ella comienza a enojarse pero Lorenzo no abandona su rol, bloqueandole el paso. Finalmente  Patricia consigue escurrirse entrando a la casa, lo que obliga a Lorenzo a correr a la cocina, tomar la lechuga en brazos y, para mantenerla a salvo, huir a ocultarla en los placares del baño antes de que su señora la vea.

Patricia pregunta el por qué de que la ensalada mixta no sea mixta sino solo de tomate, Lorenzo responde que es porque la lechuga estaba fea y tuvo que tirarla. Dicho esto corre rápidamente al baño, tranca la puerta, abre los armarios y pide perdón a su lechuga por si acaso llegó a escuchar sus palabras.

Al salir del baño Patricia pregunta qué hizo con la lechuga, no la encontró ni en la basura ni en la heladera, y su  comportamiento le genera sospechas de que algo raro está pasando.
Lorenzo no hace más que ofrecerle decenas de vagas mentiras, hasta que se ve acorralado por el inquisidor interrogatorio, terminando por estallar y confesar lo que le sucede: se siente irracionalmente atraído de sobremanera por aquella lechuga.

“¿Qué hiciste con ella?” pregunta Patricia, Lorenzo va a buscarla al baño y la apoya sobre la mesa.

Su esposa le explica que enamorarse de un objeto inanimado, sea un vegetal o lo que fuese, es un tipo de parafilia, lo cual implica un trastorno psicológico, que al tratarse, según afirma el propio Lorenzo, de la primera y única vez  que le ha sucedido en su vida algo similar, no puede hablarse en este caso de una patología sino más bien de un ataque aislado del cual no deberían preocuparse demasiado.

Patricia tranquiliza a Lorenzo y lo convence de encerrarse en el baño mientras ella termina de preparar la ensalada para evitar un posible shock emocional. La semana entrante lo acompañará a su psicólogo y todo volverá a la normalidad.

Lorenzo accede resignado, decidiendo seguir el consejo de tomar una ducha para despejar un poco la mente.

Al salir del baño, el pánico se apodera de Lorenzo, al no encontrar ni en la cocina, ni en la sala, ni en ninguna otra parte de la casa, rastro alguno de la traidora Patricia ni de su querida lechuga, quienes a esa altura ya se encuentran juntas, con un algodón de azúcar cada una, mirando la rambla desde lo más alto de la rueda gigante del Parque Rodó.





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